14 de octubre de 2007

Helena


Despuntaba el día y Helena no había conseguido pegar ojo en toda la noche. Sonó el despertador. Estaba cansada, muy cansada.

La vida era injusta con ella, al igual que lo eran muchos de los que normalmente la rodeaban. No, no se merecía aquel trato.


Buscó en su cabeza alguna razón por la que valiera la pena levantarse y la verdad es que no la encontraba. Cada día le era más difícil levantar el telón y representar los personajes que a lo largo de su vida le fueron asignando. Aún así, hizo un soberano esfuerzo, puso los pies en el suelo, preparó un café muy cargado, una tostada y se sentó pensativa.

Tiempo atrás, su corazón estaba tranquilo. Nada buscaba, nada quería, su quehacer diario era previsible, solitario y monótono; quien le iba a decir, quien podía siquiera imaginar que alguien como Rafael entraría en su vida como un torbellino.

Familia, trabajo, amigos… con él todo se trastocó. Fue una brisa de aire fresco, alegría, emoción y pasión la que la inundó. Sólo él consiguió que sus ojos volvieran a recuperar aquel brillo de antaño, de una juventud ya perdida, sólo él consiguió que volviera a soñar.

Mordisqueó la tostada: intuía que había llegado el momento, era duro pero, debía enfrentarse a la realidad.

Desconocía en qué momento había ocurrido, pero lo cierto era que él la ignoraba, sus llamadas se distanciaban cada vez más en el tiempo, inventaba siempre mil excusas, apenas se veían y aún así, arrastrada por una fuerza invisible, cada vez que le veía ella caía en sus brazos con apenas un beso. ¿Por qué? ¿ por qué le entregó su corazón, su alma y todo su ser? No, no era justo aquel trato.

Las lágrimas seguían descendiendo lentamente por su rostro y recordó una frase, tal vez de autor desconocido, que decía: “querer es exigir, amar es dar” y ella… se lo había dado todo.

Si, incomprensiblemente le seguía amando. Pero, ¿cómo había sido tan estúpida?; jamás le escuchó decir un “te quiero”, seguramente para Rafael ella sólo era un capricho pasajero, tal vez un simple juego para reafirmar su ego, como una muñeca que al principio te ilusiona, una muñeca con la que te entretienes un rato pero que despúes dejas en un rincón y, ese pensamiento le rompía el alma. Se sentía engañada, dolida, maltratada y ya sin fuerzas para seguir luchando. Le hubiera gustado gritar pero… estaba cansada, muy cansada.

Dejó la caja vacía sobre la mesa, apuró el último sorbo de café y volvió a la cama. Ya no había vuelta atrás.

Sonaba una dulce música en la habitación; acurrucada, abrazó la almohada, su rostro dibujó una leve sonrisa. Una sensación de bienestar la envolvió y una última lágrima llegó hasta sus labios. Ya sólo era cuestión de esperar.

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