22 de noviembre de 2007
Abandono
Cojo tu mano, acaricio tu frente,
no te abandono.
Velo tu sueño, beso tus ojos,
no te abandono.
Pelearás conmigo, sí niño mío pero…
no te abandono.
Seré tu sombra, seré tu guía,
no te abandono.
Siempre estaré cerca, no te preocupes,
jamás abandono.
8 de noviembre de 2007
En la noche
Pensado en mil historias, evoco y tal vez hasta invoco de nuevo tu presencia.
Busco tus palabras en el silencio de la noche, en el susurro del viento, en el murmullo del agua, en el brillo de una estrella y hasta en los latidos del corazón.
Busco, busco pero… nada encuentro.
Acompañada de mi soledad quiero evadirme y soñar.
Soñar que estás a mi lado, que respiro tu aliento, sentir que necesitas de mí.
Soñar que la libertad soy yo, que ya nada me hiere, que ya nada me angustia,
que ya no derramaré más lágrimas de tristeza y dolor.
Tal vez tener la ilusión de ser la princesa de alguien en sus sueños.
Soñar… soñar y no despertar.
Mi voz, ahogada en un grito desesperado, clama por ti.
La noche me envuelve… percibo tu aroma… ya tus labios se deslizan lenta y suavemente por mi hombro… si, de nuevo tu presencia.
La cita
El día había amanecido desapacible y gris. Cristina, mientras se desperezaba, miró por la ventana, exhaló un profundo suspiro y pensó en todo el trabajo y en las reuniones que tenía a lo largo del día pero… en fin, era lo que tocaba.
Llegó pronto a la oficina y se puso manos a la obra. Poco a poco fue quitándose las tareas y cuando miró el reloj se animó pensando que ya solo le quedaba pendiente una visita. A las doce en punto tomó su agenda, la documentación que necesitaba, lo metió todo en el portafolio y salió del despacho.
Mientras esperaba al ascensor dudaba entre si coger el coche o tal vez desplazarse en tren.
Al llegar a la calle comprobó que estaba lloviznando. Pensar en el tráfico, los atascos y el aparcamiento, hizo que hasta el cabello se le erizara. No dudó más, estaba decidido, iría en tren.
Llegó con el tiempo justo para comprar el billete y ya en el andén pensó en Frank.
¿Seguiría trabajando en el mismo sitio? Lo cierto es que hacía mucho tiempo que no se veían pero aún así, en ocasiones, lo seguía sintiendo muy cerca. Si, tal vez esta podía ser una buena ocasión para reencontrarse. En cuanto acabara la visita le llamaría.
Seguía absorta en sus pensamientos cuando el tren hizo su entrada en la estación. Miró por la ventanilla, al menos allí no llovía.
Caminó unos pasos por el andén, se detuvo por un instante, miró a derecha e izquierda buscando la salida y una vez localizada, sin perder más tiempo, se dirigió a la oficina donde tenía la entrevista.
Llegó a la hora concertada, la estaban esperando. El gerente tenía prisa, le había surgido un imprevisto y no disponía de mucho tiempo así que, fueron al grano y en veinte minutos estaba fuera. ¡Guauuu! No se lo podía ni creer.
Salio a la calle, encendió un pitillo y buscó el teléfono de Frank. Segundos después una voz cálida y profunda llegó a sus oídos.
-¿Diga?
-Hola Frank, soy Cris ¿puedes hablar?
- Por supuesto pero… ¿dónde estás?
-Estoy aquí, cerca de tu trabajo, bueno… suponiendo que sigas en el mismo sitio, claro.
-Sigo, todavía sigo ¿y bien?
- ¿Tienes tiempo para tomar algo? así nos vemos y charlamos un rato ¿qué te parece?
-Ok, en media hora acabo. Me esperas en la plaza ¿de acuerdo?
-Perfecto, allí estaré.
Cris encaminó sus pasos hacia la pequeña plaza, buscó un banco libre y se sentó a esperar.
Ring… ring… ring.. Vaya, ahora sonaba el móvil, ¿quien sería?
-¿Diga?
-Oye ¿donde estás? No te veo.
- Pues yo a ti si… mira a la izquierda… ¿me ves ahora?
- Si, voy para allá.
Puntual como siempre, así era él.
Mientras se acercaba no podía dejar de mirarle y recordó aquella hermosa frase de George Sand que decía: “Te amo tanto, pero tanto, como para amarte y no ser amado, puesto que nada me place tanto como verte feliz”. Suspiró de nuevo.
Se dieron un tímido beso en los labios a modo de saludo y una gran sonrisa iluminó sus rostros.
Era la hora del almuerzo así que empezaron a buscar algún lugar donde ir a comer algo. No había mucho para elegir, o un bar de bocatas o un restaurante oriental, así que se decidieron por este último.
El local era acogedor y relativamente tranquilo, con tenues luces y música instrumental. Les acomodaron en una mesa y pidieron el menú; a los pocos minutos ya les estaban sirviendo los platos a una velocidad increíble.
A pesar de que tenían mucho que explicar, hablaban pausadamente, relajados, bromeando, riendo e intercambiando esas miradas que sólo ellos conocían. Así transcurrió la comida, en un ambiente tranquilo y distendido.
Cris le escuchaba atentamente, intentaba grabar en su memoria su rostro y sus gestos pero sabía que… se avecinaba el momento, él tenía que regresar a su trabajo y a ella todavía le quedaba un buen rato hasta llegar a casa.
Frank miró su reloj, pidió la cuenta y se dirigieron a la salida. Una vez fuera propuso acompañarla durante unos metros, así que tomaron la calle paralela a la que se encontraba y caminaron durante unos minutos. Próximos ya a la estación se detuvieron.
Una vez más llegaba el siempre difícil momento de la despedida y parecía que ninguno de los dos supiera cómo hacerlo.
Cris se puso de puntillas para darle un beso pero… caramba, había olvidado lo alto que era. Él rió ante la situación y buscó la manera de solucionar “el problema”. Tardó poco, ya que justo detrás, en el alféizar de la cristalera de una oficina bancaria se apoyó y la atrajo hacia él. Ahora ya no había ni alturas ni distancias.
Sus labios se buscaron, se encontraron y fundieron; él la estrechó entre sus brazos con ternura pero a la vez oprimiéndola con fuerza contra su pecho y sus manos se enlazaron de tal modo que parecía como si un imán las atrajera.
Los ruidos, la gente, todo, todo desapareció para Cris, era como si flotara en otro mundo, un mundo de pasión, bienestar y silencio. Un mundo de dos.
A pesar del tiempo que había transcurrido desde su último encuentro, comprobó que no había olvidado aquellos labios, ni el sabor de sus besos, ni el calor de aquellas manos, no, no los había olvidado.
Se miraron a los ojos y tras unas palabras cada uno tomó una dirección pero, Cris, mientras caminaba hacia la estación no pudo evitar volver la cabeza y ver como él se alejaba.
Nadie más había en su vagón. Absorta nuevamente en sus pensamientos, miró por la ventanilla; si aquello había sido un sueño no quería despertar de él.
La tarde seguía desapacible y gris. Sonó un silbato y, al partir el tren, hasta el cielo lloró su ausencia.
Verte
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