26 de septiembre de 2007

Un día especial


Hoy era un día especial.
El templo había recuperado el esplendor perdido durante meses por las grises nubes que lo habían cubierto.
Hoy era un día especial.
Pensaba que tal vez aparecería después de un largo tiempo de silencio.
Hoy era un día especial.
Hasta la tecnología se había puesto en contra, era imposible comunicarse.
Hoy era un día especial.
Era su día, quería desearle todo lo mejor, quería compartir por unos momentos risas y complicidad.
Hoy era un día especial.
Se preguntaba si, aunque fuera por un instante, él la habría tenido en su pensamiento.
Sí, hoy, había sido un día muy pero que muy especial.


>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>
>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>__>>

20 de septiembre de 2007

I can't _ No puedo



Dear Frank __ __

Do you know? I can’t
I can’t forget that shine in your eyes
Neither can I forget your sweet smile
Or the flavour of your kisses
Or the passion of your caresses

Do you know? You were right
In all moment, there are each second
You follow me accompanying and protecting
Continue illuminating my shades.

Don you know? It’s impossible to forget
I can’t .


* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *
Estimado Frank __ __

¿Sabes? No puedo,
No puedo olvidar aquel brillo en tus ojos
Ni puedo olvidar tu dulce sonrisa
Ni el sabor de tus besos
Ni la pasión de tus caricias.
¿Sabes? Tenías razón
En todo momento, a cada segundo
Me sigues acompañando y protegiendo
Continúas iluminando mis sombras.
¿Sabes? Es imposible olvidarte
No puedo.

Tum tum


Como una estrella solitaria en la inmensidad del espacio,

tum tum, tum tum,

el silencio roto por los latidos de un corazón,

tum tum, tum tum,

sólo unos ojos la consiguen ver,

tum tum, tum tum,

iradiando una luz que no va a ninguna parte

tum tum, tum tum...

silencio... sólo silencio.

Si me vieras



Si me vieras... y me miraras aunque fuera un instante,
mis ojos te dirían aquello que mi boca calla.
Si me vieras... y escucharas mi voz nuevamente,
mis palabras serían como música en tu alma.
Si me vieras... y tan siquiera me rozaras levemente,
compartiría contigo todo mi calor.
Si me vieras... si de nuevo quisieras mirarme...tal vez entonces podría volver a sonreír.

Niebla


Conducir entre la niebla, así se asemeja el transcurrir de la vida.
No vemos, sólo seguimos el camino trazado por otros, siempre sin perder las líneas de vista, siempre con temor a lo que no se ve, a lo desconocido, temor a un posible peligro oculto.


Conducimos y conducimos a través de la vida con tensión, con todos nuestros sentidos alerta, sin permitirnos un instante de sosiego y sólo sabemos que el camino sigue y sigue. Somos incapaces de vislumbrar forma alguna, luz o color, sólo imaginamos cómo sería ese mismo camino sin esa espesa niebla que lo envuelve.


A veces, pequeñas lucecitas se ven en la lejanía pero sólo son otros que conducen en sentido contrario, que se esfuman antes de poder siquiera verlos a nuestro lado, que se pierden para siempre, engullidos por esa niebla que nos ciega.

Desconectar



Desconectar del trabajo,
La rutina y el agobio.

Desconectar de la humillación,
La opresión y el miedo.

Desconectar de los sueños,
La esperanza y la ilusión.

Desconectar de la ternura,
La pasión y el amor.

Desconectar ….

Sang



Mis noches, mis días
mi alegría, mi pena
sin el roce de tus labios
no corre sangre por mis venas.

19 de septiembre de 2007



Tu sonrisa,
camino de las nubes.
Tu aliento,
brisa que mece las hojas.
Tu boca,
fuente que sacia.
Tus manos,
plumas que acarician.
Tus ojos,
sol que refleja.
Tus palabras,
infierno y cielo.
Tu mente,
inspiración y fuerza.
Tu esencia… tú.

Tu recuerdo



Tu recuerdo sigue aquí,
noche y día
sin cesar.
Vida mía ya no sé,
ya no sé lo que pensar,
si en tus besos, en tu amor,
o en si te tengo que olvidar,
sólo sé que con tu adiós
mi vida te llevaste al marchar.

Poder


Poder verte, sin verte
Poder sentir, sin tocarte
Poder intuir tu presencia
Poder sin saber
Saber sin poder
¿Qué poder es este?
¿Es la luz de tus ojos?
¿el reflejo de tu esencia?
¿es el brillo de la vida?
Es…
Sencillamente, eres tú.

Nunca


Nunca, nunca conocerán el fondo, la esencia que todo lo llena,
aliento divino, fluir de la mente, palpitar de un pensamiento,
no, nunca lo conocerán.
Ojos ciegos a la vida, al saber, a descubrir, ciegos a los propios sueños,
no, nunca lo conocerán.
Nunca, tal vez nunca consigan ser libres.

¿Será miedo?
Miedo a hablar y a no hablar,
miedo a sentir o a no sentir,
a tocar o a no tocar,
al que dirán o no dirán,
a tener, a perder,
o tal vez a ganar?
Miedo a mirar nuestro yo oculto
y ver lo que realmente somos, lo que soñamos, lo que deseamos...

¿Huir ?
¿De ti?
¿De mi?
¿De quien?
Compromisos, trabajo, reconocimiento,
prejuicios, familia, amigos, dinero... todos, todos ellos atan.
Sólo, sólo si escuchamos a nuestro Yo,
al Yo que quiere, que sueña, que desea, que siente y que ama,
sólo si lo escuchamos,
llegaremos por fin a VIVIR.

III.- El torreón



Atardecía y los últimos rayos del sol iluminaban el torreón. Libros, vasijas y tapices cobraban un nuevo color y sus sombras se apoderaban lentamente de las paredes. El silencio que reinaba sólo se quebraba con la respiración lenta y sincopada de Lady Brishen .

Miró su imagen reflejada en el enorme espejo, los puños de su hermoso traje caían hacia el suelo como si de una cascada se tratara; su largo y ondulado cabello reposaba sobre sus hombros. Por un instante detuvo la mirada en sus ojos pero en ellos sólo vio un inmenso vacío: desde que Sir Febal de Rigramont había partido a la batalla el tiempo se había detenido para ella.


Lentamente recorrió la estancia hasta llegar al ventanal. Desde allí divisaba como el mar rompia en el acantilado al que cada tarde acudía esperando el regreso de su amado. Allí, con la mirada perdida en el horizonte, escuchando el rumor de las olas, su mente volaba más allá de las estrellas, libre, a través del infinito… La vida, seguía pero aquella espera le rompía el alma.
Vivía pensando en su regreso, en volver a perderse en su mirada, en sentir nuevamente la ternura de sus palabras, el dulce sabor de sus besos. Así, poco a poco, casi sin percatarse de ello, se había ido encerrado en su pequeño mundo de ilusión, en su torreón.

Soplaba el viento y densos nubarrones se apoderaban del cielo, era un día extraño, muy extraño. Insistentemente, la imagen de su caballero se hacía presente en su mente, sus dedos no dejaban de acariciar el pequeño camafeo que él le regaló antes de partir y una sensación de angustia oprimía su pecho. Algo no iba bien, presentía el peligro.

Al volver aquella tarde de su paseo por el acantilado se detuvo junto a una encina. Por unos instantes, se recostó y escuchando el murmullo de las hojas mecidas por el viento quedó adormecida. Fue entonces cuando súbitamente se vió junto a él.
Suavemente acaricio sus cabellos y tras mirar sus profundos ojos le susurró unas palabras al oído. Sir Febal sonrió. El sabía que a pesar de la distancia que los separaba, sus almas permanecían unidas y que su Dama siempre estaba junto a él iluminando sus sombras.
Despertó lentamente. Una sonrisa iluminaba su rostro y una desconocida sensación de paz invadía su alma, el peligro había pasado pero … ¿Había sido sólo un sueño?.

Jamás llegó a saberlo ya que un bello atardecer, allí en el acantilado, mirando al mar, con la brisa acariciando su rostro, fue arropada por unas cálidas alas que dulcemente la llevaron más allá del torreón para seguir junto a las estrellas, esperando el regreso de su amado.

18 de septiembre de 2007

II.- La batalla



Amanecía y densos nubarrones cubrían el cielo.
El campamento había despertado y los soldados preparaban a los nerviosos corceles. Todo era movimiento y agitación.
Los caballeros, reunidos en la tienda de Sir Febal de Rigramont discutían acaloradamente.
El último asalto había sido feroz y sangriento. Su enemigo era superior en número y sabían que los refuerzos enviados por el rey no llegarían a tiempo. ¿Qué hacer ante todo esto? .

Abrumado por las voces y el hedor que flotaba en el ambiente, Sir Febal se alejó del grupo, dirigió sus pasos hacia el pequeño bosque y allí, recostado junto a un árbol cerró los ojos.
Al instante la imagen de su Dama apareció junto a él. Se inclinó y tras rozar levemente sus cabellos, con voz dulce, le susurró al oído: “Mi Señor, no debéis preocuparos, mi luz os acompaña y no dejaré que nada malo os ocurra. Tan sólo debéis llevar cerca de vuestro corazón el pequeño amuleto que os entregué antes de partir. Recordadlo y confiad en mí.”
Dicho esto, la imagen se esfumó lentamente.

Decidido, lleno de fuerza y entusiasmo regresó junto al resto de los caballeros.
“¡Señores, la victoria está cerca y no debemos hacerla esperar! Todos se miraron: ¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Acaso olvidaba que las tropas estaban diezmadas y que las posibilidades de ganar la batalla eran casi nulas?

Pero Sir Febal de Rigramont no escuchaba ya sus voces. Enfundado en su cota de malla, cubriendo su pecho sólo con un peto de cuero y empuñando su espada montó a su caballo.
Ante tal alarde de bravura el resto de caballeros siguieron sus pasos y al poco estaban todos preparados para entrar en la que tal vez fuera su última batalla.

Sonaban las trompetas y ondeaban los estandartes. Sólo se oía el galopar de los caballos y los gritos eufóricos de las tropas.
En lo alto de la colina el enemigo estaba esperando.

Sir Febal cerró los ojos por un instante, toco su pecho, respiró profundamente y desenfundó su espada. A su señal se inició el ataque. A los pocos minutos silbaron las flechas, las espadas se cruzaron y la sangre empezó a derramarse.
Sobre su caballo asestaba certeros golpes, dejando a su paso un reguero de cadáveres. Sus cabellos mojados por el sudor y pegados a su rostro no entorpecían su visión.
Las palabras de su amada retumbaban en su mente sin cesar y sus ojos reflejaban la determinación que le guiaba. Ya nada podía detenerle.

Las nubes se habían teñido de violeta y el estruendo provocado por los golpes del acero ahogaba los gritos de los que caían.
De repente todo oscureció, cayó del caballo, le habían derribado. Todo podía acabar en un instante. Su adversario alzó la espada y le asestó un golpe en el pecho que no pudo atravesarle. El amuleto de su amada, a modo de escudo lo impidió. Ante el estupor de su contrincante, no lo dudó, desenvainó su daga y hábilmente se la clavó en la yugular provocándole una muerte fulminante.
Poco a poco fue haciéndose el silencio hasta que unos gritos de júbilo lo rompieron. En medio del furor de la contienda no se había percatado de que había acabado con el líder de las tropas enemigas.

Sonaron las trompetas, ondearon los estandartes, alzó la mirada al cielo y exhaló un profundo suspiro. La victoria era suya.

I.- La espera



Como cada atardecer ella se acercaba al acantilado.

Su figura esbelta, ataviada con una túnica blanca, se recortaba en el horizonte; la brisa mecía sus ropas y su cabello ondulaba al viento. Así, inmóvil y con la mirada perdida en la lejanía transcurrían los días.

Allí, mirando hacia el infinito se sentía nuevamente junto a él. No recordaba el tiempo de cuando marchó a la batalla. Sólo esperaba. Esperaba el regreso de quién tanto la amó. Sabía que él la escuchaba allá donde estuviere, sus almas seguían unidas. Sentía el sabor de sus besos, el roce de sus manos, el calor de su piel.

Pero... nadie veía sus ojos tristes, nadie sentía el dolor que oprimía su pecho, nadie sabía. Sólo el mar conocía de su llanto silencioso, sólo el cielo vio sus lágrimas y sólo Dios sabía de su temor.
Y cada nuevo atardecer, allí podían verla; su cabello al viento, sus ropas mecidas por la brisa y sus ojos perdidos buscando más allá del horizonte. Sólo un grito sordo, sordo y desesperado rompía su alma.

Allí la encontraron, en el acantilado, inmóvil, tendida sobre la verde hierba, con sus ojos mirando hacia el mar, esperando, esperando el regreso de su amado por toda la eternidad.
“Pasaron los siglos y…

Ella llegó al trabajo como cada día, todo era normal excepto ese hormigueo que tenía en el estómago. Recordaba la conversación mantenida el día anterior y sonreía. Nada había cambiado; estaba sentada ante la pantalla del ordenador y su mente… pensando en él.

Así fueron transcurriendo las horas hasta que de repente sonó el teléfono. Su corazón dio un vuelco al oír aquella voz al otro lado del hilo telefónico. Era él.
Estuvieron charlando durante un corto espacio de tiempo, hasta que llegó la esperada pregunta: “¿Nos vemos?”.

Durante el resto de la mañana no paró de sonreír, intentaba imaginar en cómo sería ese encuentro.

Llegó puntual a la cita, su mirada recorrió todo el local, no le vio. Observaba el fluir de los vehículos a través de la cristalera y un desconocido sobre una potente moto le llamó la atención. Se le antojó como un antiguo caballero a lomos de su cabalgadura, enfundado en un traje negro, con el cabello largo sobresaliendo del casco, ondeando al viento. Apartó su mirada, se acomodó en la barra y al poco tuvo la sensación de que alguien estaba a su espalda, notaba el calor de un cuerpo próximo al suyo y una voz cálida le susurró un saludo.

Ella se giró, se miraron y sonrieron... era el desconocido caballero. Hubo un corto período de tiempo en que casi no se hablaban. Las miradas establecían una batalla campal intentando hablar y leer uno del otro sin parar. Él le pidió un cigarrillo, a lo que ella respondió ofreciéndole el suyo. No había pintalabios, pero sí impregnado el dulce sabor de sus labios. Él se percató de ello y se recreó, disimuladamente, con ese aroma deseado.

Se habían acomodado al final del bar, en un rincón, no oscuro, pero con menos intensidad de luz. Por unos momentos fue como si estuvieran allí solos.
Discurría la charla tal como ella se había imaginado, su percepción había sido la correcta. Era un hombre de charla amena, inteligente y con un fino sentido del humor, además, físicamente lo encontraba muy atractivo. Su mirada y su sonrisa la tenían cautivada.
Ella lo miraba y su corazón le decía que ya le conocía aunque su mente, por supuesto, se oponía a aquel pensamiento. Aquello no era lógico, era imposible, era su primera cita.

Se sintió invadida de repente por un sentimiento de familiaridad, sentía que ya conocía profundamente a esa persona, a un nivel que rebasaba los límites de la conciencia, con una profundidad que normalmente está reservada para los más íntimos. O incluso más profundamente. Junto a él sentía una seguridad y una confianza enormes, que no se adquieren en días, semanas, meses o años.

Cada vez le notaba más cerca, notaba más su calor, sus manos se rozaron y una descarga recorrió su cuerpo, se dieron un tímido beso. En ese instante su alma recobró la vida súbitamente. Ambos se miraron, ¿estaría él leyendo sus pensamientos?.
Por un instante cerró los ojos con el temor de que al abrirlos todo aquello hubiera sido un sueño.

No, no era un sueño. Él la estrechaba entre sus brazos, sentía como sus corazones latían descontroladamente; sus manos eran como plumas que les hacían estremecer.
Sus miradas se encontraron nuevamente y ya no hubo más palabras. Sus labios se unieron en un beso profundo y apasionado. El resto del mundo había dejado de existir para ellos.
Al fin se habían reencontrado.

La espera había durado siglos pero…valió la pena.

Espejismo



Pugnaban por brotar, por ver la luz.
Poco a poco, inundaban sus ojos, pero no, no debían salir.
Eran lágrimas de compasión por ella misma.
Su libertad, su felicidad, sólo habían sido un espejismo.

Dos estrellas


Dos estrellas, en el cielo
cada noche yo miraba.
La una junto a la otra,
nada las separaba.


Dos estrellas, en el cielo
cada noche yo buscaba.
La una fiel en su sitio,
la otra
día a día se alejaba.


Y así fue mi amor por ti;
la búsqueda sin esperanza.

A Isidro


Isidro, ¿por qué te has ido? ¿porqué me has dejado así, sin despedirte siquiera?
Me lo dijeron por teléfono,no lo creí.
Pensé en todo lo que podía haber sido y no fue.
Pensé en tu sonrisa,tus bromas,y en tus caras serias.
He revivido tantas y tantas cosas que por desgracia ya pertenecen al pasado.
Pero dime: ¿por qué te has ido?

Empezabas a vivir, todo te pertenecía y... un monstruo te ha llevado con él.
¿Has pensado en los que aquí quedamos? Seguro que no, de otra manera, creo que no habría ocurrido.
Ahora estamos tristes, muy tristes pero manteniendo tu recuerdo.
Si Isidro, nos queda tu recuerdo, lleno de vida, alegría y ganas de triunfar.
Te queremos aquí, entre nosotros.

Recuérdanos Isidro, recuérdanos, nosotros no te olvidamos.
Pero... ¿por qué te has ido? ¿por qué te has marchado sin despedirte siquiera?

R.I.P. 28-09-1977

17-05-00

Tantos años han pasado
desde mi primer poema
que me extraña estar ahora
escribiendo estas letras.

¡Qué distinta se ve la vida
con el paso del tiempo!
Una visión nueva,
un nuevo reencuentro.

Cuantos sueños e ilusiones
se perdieron por momentos,
momentos de incertidumbre,
miedos, dudas y lamentos.

Pero... sigo aquí, viva,
con mis sueños y anhelos,
luchando día a día
por mi trocito de cielo.

1-12-89 Mi niño



Cuanto tiempo abandonado
triste libro de poemas,
conocedor de mil silencios,
firme puerto de mis penas.
Eres mi buen amigo
siempre te tengo cerca.
De historias de desamor
están tus páginas llenas;
algunas por propias las tengo
otras por cuenta ajena.
Algo ha cambiado en mi vida
y no me he dado ni cuenta.
Ya no soy aquella niña
de mil ilusiones plena;
la vida es muy dura a veces,
te pone los pies en tierra
no hay príncipes azules
ni hadas madrinas buenas
ni todo color de rosa
como cuenta la leyenda.
Donde hubo amor hay odio
donde alegría, tristeza,
rencor y desilusión
mucho miedo y poca fuerza.
¡Alegría de la vida
vuelve a inundar mis venas,
recorre todo mi cuerpo
llénalo de savia nueva !.
Del cielo y de ti espero
templanza ante los problemas,
esperanza en las personas
y en mi hijo fortaleza.

13 de septiembre de 2007

Amor oculto


A ti, mi gran amor,
mi amor oculto,
mi amor de años,
mi amor perdido,
a ti, dedico estas palabras.
Siempre aquí,
siempre presente,
siempre a mi lado,
siempre conmigo.
Descubrí contigo lo que jamás pensé que podría descubrir
y a pesar del tiempo transcurrido, siempre te he sentido junto a mi.

A ti, mi gran amor,
mi amor oculto,
mi amor temprano,
mi amor perdido…
Niña mía, tal vez nunca más nos encontremos
pero siempre serás mi gran amor,
mi amor oculto,
mi amor soñado,
mi amor perdido.

Efímera alegría



Mi piel ansía tu piel,
aún a sabiendas,
de que tal vez,
sea incapaz de mostrar mi desnudez.

Aliento de vida,
de ilusión y esperanza,
efímera alegría
de una cruz diaria.

Ignoras o no
el poder de tus palabras,
de tu mirada , tu sonrisa,
tu equilibrio y tu calma.

Bálsamo perdido
¿dónde te hallas?
Fuiste efímera alegría
de esa cruz diaria.

La Mochila



Cuando se llega a esta vida a todos se nos da una mochila. Poco a poco cada uno la va llenando de sueños e ilusiones, a veces, incluso se llega a pensar que se necesitará algo más grande, como una maleta o un baúl, para poder dar cabida a todos ellos.

Sin embargo llega un día en que, sin saber como, esa mochila está vacía y es entonces cuando se descubre que, en el fondo, hay un pequeño agujero por el que todos aquellos sueños acumulados durante tanto tiempo se han ido perdiendo y por más que una y otra vez intentemos llenarla, es casi imposible, se esfuman y desaparecen con la misma rapidez con que llegaron.

Pero a pesar de todo ello, siempre quedará alguno de esos sueños aferrado a las costuras de la mochila y ese sueño será el que nos dará nuevamente un sentido para vivir.